02/10/2017
Por Víctor Corona
Postdoc Juan de la Cierva en la Universitat de Lleida
Ayer fue primero de octubre. Todos estos meses, o quizá debería decir años, he vivido toda esta historia con cierta distancia. En cierta forma distancia física, porque llevaba prácticamente 3 años viviendo lejos de Catalunya. Pero también ideológica. Nunca he sentido que sea esta sea una lucha mía en particular.
Intento explicarme. Yo soy mexicano. Concretamente, de Ensenada, Baja California. Soy de un barrio que se llama “Las lomitas”, mejor conocido como “Lomitas Humilde”. Pero llegué en 2005 aquí y en cierta forma me siento de aquí. Es decir, normalmente no me paseo pensando en lo que soy. No voy al pan o al súper cuestionándome mi identidad. Simplemente soy el Víctor. Hablo catalán porque lo aprendí. Porque me gustan las lenguas. Porque me gusta hablar con la gente, con toda. Porque siempre me enseñaron que aprender está bien y que no aprender es de tontos. Hablo catalán también porque es la lengua de Anna, mi compañera desde hace 12 años. Mi compañera y madre de mis dos niños, Itzel y Manel. Con mis hijos hablo en catalán, en francés y español de México.
Por mi formación tuve mucho contacto con estos temas de lengua, identidad y escuela. Todo esto me hizo comprenderme a mi mismo como un latino en Barcelona. Un inmigrante de una vasta región, como es Latinoamerica, con rasgos físicos, culturales y lingüísticos diversos, pero que compartimos una relación colonial común con España. Y aquí me refiero a toda España. Sí, también Catalunya y Euskal Herria.
En mucha menos medida que los chamaquitos y chamaquitas latinas que conocí durante mi investigación sobre lo que significa ser latino en Barcelona, también he sentido discriminación y racismo. Me han dicho “panchito” y “sudaca”. Catalanes y españoles. En broma o en menos broma. También me han insinuado que mis estudios no son igual de buenos que los de la gente de aquí o que estoy aquí para aprovecharme de las ayudas. O que tengo un trabajo que debería ser para uno local.
Pero esto no ha sido, ni de lejos, una cosa común.
En general, me cuesta mucho decir quién es catalán y quién no lo es. En principio la teoría de que “los catalanes” son la pequeña burguesía y la clase trabajadora son “los castellanos” me sirvió… pero muy poco. Recorrer un poco las calles y los pueblos de Catalunya rompe esta idea. Si me dicen, “los catalanes” son los blancos. Quizá también lo entendería, pero “los españoles” también lo son. Además, los inmigrantes hemos venido a complicar un poco más esta historia. Cada vez España es más diversa. Aunque nuestra voz parece no interesar demasiado a nadie. Por el momento.
Pero volvamos a ayer. Como decía, siempre me he mantenido al margen. En medida de lo posible. Siempre he estado a favor del referéndum pero pensando que, llegado al momento, votaría que no. Que a pesar de todo, prefiero, o prefería, una España plural. Diversa pero unida. Equidistante, dicen por la radio. Hacía bromas. Me parecía exagerado lo que decían los medios pro-referéndum pero mucho más lo que decían los medios, muy mayoritarios, contra- referéndum.
Mientras cenábamos con los niños, días atrás, Anna y yo comentábamos con más preocupación lo que pasaba. Pero después se nos olvidaba todo un poco, entre llevar a los niños a dormir, lavar los platos y preparar todo para el día siguiente. Nos dormíamos pensando, que las cosas acabarían acabando una cierta cordura. Pero al día siguiente, todo volvía a comenzar.
Hasta el día de ayer. Nos levantamos temprano. Anna quiso ir a votar y nos preparamos para ir. No quisimos oír la radio ni ver la tele. Fuimos directo, a donde nos toca cada vez que son elecciones. Personalmente siempre voto porque es un derecho que me gané después de años de residencia, de estar entre la legalidad y ilegalidad. Desde el 2012 puedo votar, como cualquier español. Aunque yo siga siendo mexicano. Fuimos a votar y no se podía. La policía rondaba por el barrio. Nos dijeron que el sistema informático no funcionaba. Entramos al colegio para ver el ambiente cuando llegaron unos chicos corriendo. Acababan de cerrar el colegio del instituto Sant Andreu en el barrio de Prosperitat a golpes y porrazos. Los chicos que nos dijeron esto tenían los ojos llenos de lágrimas y estaban visiblemente golpeados. A los que teníamos hijos y a la gente mayor, nos dijeron que nos fuéramos. Anna no quería irse pero yo lo tengo clarísimo. No soy un valiente.
Decía un libro de texto en México:
De valientes y glotones,
Están llenos los panteones.
Glotón ya lo soy. No agregaré un riesgo más.
Volvimos a casa y entonces encendimos la tele.
Y lo vimos.
La Guardia Civil y la Policía Nacional armada y preparada.
Gente corriendo.
Los Policías golpeando parejo.
Patadas. Codazos. Jalones de greñas. Porrazos. Gases.
Viejos y viejas.
Mujeres y hombres.
Niños y señoras.
Sangre, gritos y empujones.
Los niños preguntaban qué pasaba, mientras se oían las sirenas pasar por casa. Nosotros intentábamos explicar. ¿Por qué no los dejan votar, mama? ¿Quiénes son los policías malos? ¿Quiénes son los españoles? ¿Nosotros qué somos?
Anna fue a comprar un pollo asado a un restaurante peruano que el Jordi le dijo que estaba buenísimo. Cuando volvió ya habíamos puesto la mesa los niños y yo y comimos. Sin oír las noticias. Después, tampoco las pusimos. Al final de comer, elegí la película de Toy Story 3 y pudimos estar tranquilos. Durante la película, que ya he visto al menos 20 veces, yo hice algo entonces muy español y catalán: la siesta.
Cuando me desperté Anna se preparaba para ir a casa de una amiga de Itzel para jugar con una amiga. Yo puse la radio entonces y me puse a lavar los platos. Sentía una obligación de salir a votar. Sentí entonces que no podía quedarme en casa. Como lo dije, no soy valiente ni mucho menos un héroe. Acabó el partido del Barça y me puse un chubasquero para ir a votar.
Llovía un poco.
En el colegio electoral, a esta hora, ya había mucha calma.
Voté con toda normalidad. Tranquilo. Cogí mi boleta y un sobre. Hasta ese momento no sabía qué votar. Y entonces, voté que sí. Voté un “sí” que para mi es un “no” a Rajoy y a un gobierno que no está dispuesto a escuchar a una parte de su población, mayoritaria o no, que lleva décadas manifestando su desacuerdo con su relación con esta España.
Una España fea. Una España que desprecia a los catalanes como me desprecia a mi y a cualquiera que no entre en su manera de entender lo que es “normal y correcto”. Una España que nos llama chusma.
Me sentí aliviado. Agradecido con toda la gente que hizo posible que gente como yo, no heroico, pudiera ejercer un valor que considero como un derecho universal. También me pregunté sobre lo que tenía que hacer a partir de ahora. Y me dio un poco de rabia. Al final, tendrán razón de que la equidistancia ya no es posible. Que tendremos que tomar partido.
Como una píldora de calma, antes de ir a dormir, vimos con esperanza las manifestaciones en Madrid en contra de lo pasado en Catalunya. Se manifestaban como el Madrid Anti-fascista. También me llegaron mensajes de mis amigos de Getafe, llenos de afecto y solidaridad. Gracias Getafe.
Hoy es 2 de octubre. Los mexicanos saben por qué el 2 de octubre no se olvida.
Y se me retuerce el estómago y no sé ni dónde ponerme.
Pa’ dónde hacerse, como decimos en México.
Me siento en medio de discursos y de comunidades imaginarias de las que no me siento parte.
No creo en esa república catalana que promueven algunos independentistas que no rescata bancos y que se preocupa por la gente.
Pero mucho menos en esta España que pasa como apisonadora cualquier atisbo de pluralidad.
Ni por asomo tengo la respuesta. Ni un razonamiento lógico.
Solo un sentimiento de profunda incerteza.
Y miedo.
Que las circunstancias nos obliguen a elegir un bando u otro.
Entre los rojos y los azules.
Y yo que me pensaba que la Guerra Civil ya estaba lejos.
Y tengo miedo porque yo soy muchas cosas.
Pero no soy valiente.
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