03/07/2016
Por Yvette Bürki
Profesora de Lingüística Hispánica en el Instituto de Lengua y Literaturas Hispánicas, Universität Bern (Suiza)
Invisible Languages in the Nineteenth Century reza el título del volumen editado por Anna Havinga y Nils Langer en 2015; "Ways of Seeing Languages in the Neneteenth-Century. Galicia, Spain" se titula el artículo de José del Valle, aparecido en ese volumen. Havinga y Langer describen la invisibilidad como resultado de un producto de borrado por el cual una variedad o una variante no pasa al medio escrito debido a la estigmatización consciente o inconsciente, hecho por el cual se hacen y permanecen invisibles —en sentido literal— tanto para las generaciones contemporáneas como para las posteriores (p. 3). El título de la contribución de José del Valle, por su parte, me llamó la atención porque ponía en el centro de la problemática un elemento que considero fundamental en nuestra actividad como lingüistas y del que muchas veces no somos del todo conscientes: la percepción, un acto evidentemente sensorial, pero que guía y viene guiado por nuestra cognición, moldeada ésta, a su vez, por nuestras ideologías, no solo las lingüísticas. Los títulos de ambas contribuciones, dedicadas a las formas de invisibilización de variantes y variedades en el siglo xix, una centuria central desde el punto de vista ideológico por imponer precisamente una forma de ver las lenguas en sintonía con el concepto de nación, me servirán para reflexionar en este espacio que ofrece EDiSo sobre el papel desempeñado por la percepción lingüística de nosotros, los especialistas de la lengua, en el borrado, el ninguneo y la jerarquización de variedades y de variantes.
En efecto, los estudios perceptivos, debido al auge de la Dialectología Perceptiva, al surgimiento de la Sociolingüística Cognitiva y a los postulados de la Tercera Ola, que de forma explícita llaman a prestar atención a las ideologías en los hechos de variación sociolingüística, han multiplicado desde finales del siglo xx en adelante los estudios basados en la percepción de los hablantes legos, es decir no especializados, para poder captar mediante ésta no solo las actitudes lingüísticas —un campo relativamente bien asentado al interior de los estudios sociolingüísticos clásicos—, sino precisamente las ideologías (lingüísticas) que funcionan entre los grupos sociales de diversas magnitudes, incluyendo, por supuesto, aquellas imperantes en los Estados nacionales. Pero poner en el centro del quehacer sociolingüístico la percepción debe llamar también a reflexionar sobre el papel que hemos desempeñado y desempeñamos los lingüistas en la fijación y divulgación de determinadas ideologías lingüísticas condicionadas por nuestras propias percepciones.
La percepción, como señala Rocío Caravedo en su magnífico trabajo dedicado a este fenómeno, es selectiva, en tanto que nuestros sentidos no pueden captar todo lo que realmente se ha producido y a lo cual se ve expuesta nuestra experiencia sensorial; es orientada, puesto que lo que se registra como "normal", "correcto" o, en su defecto", "anómalo" o "incorrecto" no depende únicamente del mecanismo cognitivo individual, sino que viene encauzada por agentes externos con autoridad comunitaria o grupal —desde la madre o el padre en la casa, pasando por los maestros primarios y secundarios, los medios de comunicación, hasta la autoridad especializada como sería el caso del profesor universitario o de las instituciones normativas como las academias de la lengua. Son estos agentes externos que, a lo largo del tiempo, van construyendo y cimentando el sistema de valores lingüísticos vigentes dentro de un colectivo social. Y precisamente por este hecho, la percepción es diversa, pues el sistema de valores lingüísticos depende de en qué espacio social —y en términos diacrónicos, en qué épocas— nos movamos.
Vistas así las cosas, está de la mano que la percepción es un fenómeno subjetivo. Presenta, además, dos mecanismos fundamentales para su modus operandi: el análisis y la síntesis. Mediante el análisis, una operación selectiva por excelencia, registramos sensorialmente lo que es saliente y llama nuestra atención porque no es acorde con lo que consideramos "normal" o "correcto" según la orientación de los patrones imperantes en el espacio social en el que nos movemos; la síntesis, por su parte, permite ordenar lo registrado de forma más general en categorías. Es justamente esta operación sintética la que permite simplificar la heterogeneidad y la variación, intrínsecas al hecho lingüístico, y hablar de un español americano, contrapuesto al peninsular o de un español argentino, contrapuesto al peruano. Abordadas desde el ángulo social, estas operaciones que encauzan nuestras maneras de "mirar" adquieren enorme significado porque los hablantes ordenan y clasifican ciertas variantes de determinadas variedades, de acuerdo al sistema de valores lingüísticos vigente en un grupo humano, asociándolas de forma metonímica a determinados grupos sociales, lo cual contribuye a la jerarquización y estereotipificación sociales. De ahí su interés para la sociolingüística de orientación cognitiva.
Pero lo que aquí nos importa resaltar es que la percepción del lingüista, como apunta Rocío Caravedo, no es distinta a la de del lego —y este hecho es justamente el que solemos olvidar—, de modo que viene regida por las mismas características que las del hablante común: es selectiva, orientada y diversa, y por tanto subjetiva. Obviamente, el lingüista se acerca a su objeto de estudio de manera ordenada y sistemática, haciendo uso de todo un aparato conceptual y terminológico, desarrollado dentro de determinada tradición epistemológica, en la cual se apoya para la descripción y la explicación de los hechos lingüísticos. Pero ello no invalida el hecho de que esa descripción ordenada y sistemática de la variación lingüística pueda verse filtrada por la manera de "ver" esa realidad. Es más: el hecho de que los lingüistas se ocupen en determinadas épocas de unos fenómenos en concreto que en otras épocas pasan desapercibidos es una manifestación patente de la selección perceptiva del lingüista. La otra cuestión que nos interesa resaltar en este espacio es la imbricación entre percepción y cognición del especialista que pueden condicionar tanto la selección de los objetos que ameritan ser estudiados como la manera como se describen y se explican, es decir, la construcción del propio metadiscurso.
Así por ejemplo, hojeando algunos manuales relativamente recientes de historia de la lengua española o aquellos dedicados a la variación diatópica, capitales debido a su gran difusión en la enseñanza especializada, una se pregunta a qué se deben las omisiones al español de Guinea Ecuatorial. O, ¿por qué se deja sin mención el español saharaui? Recordemos, dicho sea de paso, que tanto en Guinea Ecuatorial como en La República Árabe Saharaui Democrática el español es lengua cooficial. O, dentro de la variedades extrapeninsulares, ¿cuál es lugar se le otorga a la descripción del español hablado en las comunidades autónomas de Ceuta y Melilla donde el español entra en contacto con el árabe? El contacto entre el español y el inglés en EE UU ha sido ampliamente descrito, porque se percibe como el avance del español frente a una lengua "poderosa", y mermar al fuerte siempre causa cierto regocijo en el débil, ¿pero qué espacio metalingüístico se les ofrece justamente a otro tipo de contactos, con lenguas pertenecientes a otros grupos étnicos en manuales especializados, en el quehacer lexicográfico especializado, y sobre todo en el institucional…? Surge también la interrogante del por qué son sobre todo manuales publicados fuera de los países hispanohablantes los que se preocupan por incorporar variedades no canónicas, como por ejemplo el de Carol Klee y Andrew Lynch, editado en EE UU o el de Sandra Herling y Caroline Patzelt, que salió a la luz en Alemania. Es justamente a nuestra responsabilidad como lingüistas a la que quiero apelar aquí, una responsabilidad que nos llama a hacer justicia a las formas como se manifiesta el español en toda su magnitud.
La naturaleza orientada de la percepción del lingüista, apoyada en su propia percepción interna, puede llevar también a otra forma de invisibilización, ya no debido a la omisión, sino a la manera como se menciona el hecho de la variación. Me refiero a las descripciones metalingüísticas. Veamos, solo a modo de ejemplo, esta cita sobre el español de Filipinas extraída de un manual que tuvo una enorme repercusión en el discurso especializado. Hablo en concreto de Dialectología española de Alonso Zamora Vicente, manual ampliamente reeditado desde la versión primigenia de los años sesenta del siglo pasado hasta incluso los noventa y con el que nos formamos muchísimos estudiantes de Filologías en ambos continentes:
En el largo contacto del español con las lenguas locales se ha producido un estado nuevo, en el que se han hecho cuatro divisiones o subdivisiones: caviteño, ermitaño, zamboangueño o davaoeño. [...] Sobre todas estas hablas criollas ha pesado duramente la ocupación japonesa durante la última guerra mundial
El español cultivado, o cuidado por las clases cultas y por los hispanistas, es el que refleja, por ejemplo, el único periódico subsiste en español El Debate, de Manila. Salvo los inevitables indigenismos (y quizás mayor presencia de giros ingleses), la lengua de ese periódico recuerda el español americano (es por esto que...; corte 'tribunal’; platicar 'charlar, conversar’; novedoso 'nuevo, original’; repetición innecesaria del acusativo lo: lo vi a a Pedro; también no 'tampoco’; etc.). Sin embargo, parece que entre hablantes cultos, la norma peninsular se impone, incluso en la fonética (distinción de s y θ; distinción de l̬ y y; vocales normales; diferenciación de p y f). Pero en las hablas populares se presentan otros rasgos. (p. 450)
Hagamos un breve y muy recortado ejercicio de análisis discursivo: llama la atención el segundo párrafo, cuyo tema es "[e]l español cultivado o cuidado de las clases cultas y por los hispanistas", contrapuesto a aquel del primer párrafo, el de las hablas criollas. Si nos concentramos en solo algunos aspectos de la descripción metadiscursiva de este segundo párrafo sobre ese español de las clases cultas, no puede dejar de atraer nuestra atención que primero se describa la afiliación del español filipino al americano debido, entre otras cosas, al uso de estructuras incorrectas, como es el empleo superfluo del doble acusativo, y que, en un segundo movimiento metadiscursivo, se contrapongan estos rasgos americanos a aquellos de cuño centro-norteño peninsular que en aquel tiempo, según indica el autor, parecen estar encontrando difusión en el grupo culto, tales como distinción de los fonemas sibilantes y palatales, y la pronunciación "normal" de las vocales. Es sobre todo en el comentario relativo a la pronunciación vocálica en el que observamos cómo se cuela la percepción interna del lingüista, la moldeada por sus propios patrones cognitivos en el plano lingüístico.
Un comentario de este tipo, que parte claramente de la percepción de los propios patrones normativos y que se extienden como "normales" en la descripción de otras variedades moldean y jerarquizan los sistemas lingüísticos al ser una autoridad en el campo quien realiza la descripción metalingüística. Cognitivamente, el estudiante universitario que usó estos manuales registró el doble uso del acusativo como impropio, la distinción como más apropiada para la variedad de las gentes cultas, y una determinada realización vocálica como "normal", frente a otras, entonces, "anormales". Desde luego, estamos ante un ejemplo del siglo pasado y no quiero incurrir en la anacronía al juzgar un ejemplo de ese siglo con las lentes de éste. Pero, por otro lado, esta cita ejemplifica perfectamente las prácticas metadiscursivas que han moldeado el sistema jerárquico del sistema hispano. Justamente por eso, lo que me interesa aquí, de nuevo, es subrayar nuestra responsabilidad como lingüistas y apelar a nuestra actividad reflexiva cuando, en nuestro discurso científico, describimos y explicamos.
Nuestras maneras de “mirar” se desvelan también en el terreno de la planificación lingüística y en el diseño de material didáctico mediante el cual contribuimos —o no— a cambiar percepciones y, de este modo, a cambiar o, en su defecto, preservar, modelos lingüísticos sustentados en ideologías homogeneizantes, no ajustadas a la realidad. Leía en un artículo de María López García publicado en 2010 sobre el voseo argentino que de los 56 manuales escolares de lengua para la enseñanza primaria que circulan en la Argentina y que traen de forma explícita un cuadro de conjugaciones verbales, 20 siguen manejando solo las conjugaciones de segunda persona peninsulares, elidiéndose por completo la propia norma voseante. Me pregunto también cuál es la actividad realizada por los lingüistas en la planificación lingüística y el diseño curricular de la enseñanza escolar en otros países hispanoamericanos como en el Perú, donde de forma sistemática se han borrado de los manuales de enseñanza los rasgos del español andino. Conozco solamente como caso ejemplar y contrario el Manual de gramática del castellano. Variedades estándar y usos regionales, elaborado por Karen Coral Rodríguez y Jorge Iván Pérez Silva en el año 2004 como parte de un Programa de Educación Bilingüe intercultural. Para cambiar las percepciones y los modelos cognitivos es necesario actuar tempranamente y exponer a los alumnos de forma institucional a otras variedades regionales conformantes de la lengua histórica tal y como se manifiestan en los distintos espacios sociopolíticos. Esta tarea es de especial importancia en países como en el Perú, donde una variedad se indexicaliza a determinados grupos étnicos, contribuyendo ésta a su marginalización.
El último punto sobre el cual reflexionaré con respecto a las formas de mirar la realidad lingüística es aquella que atañe a nuestra labor como docentes universitarios. ¿Qué materiales seleccionamos para las lecturas en las aulas universitarias? ¿Reflexionamos sobre sus contenidos? ¿Seguimos repitiendo por inercia contenidos que contribuyen a reafirmar percepciones erróneas como, por ejemplo, que Argentina y Chile son países étnicamente homogéneos, con el español como única lengua nacional, invisibilizando así la presencia del guaraní y del quechua en la Argentina y del rapa nui en Chile? ¿Continuamos por comodidad empleando textos en los que se distingue entre variedades correctas e incorrectas por su carácter de mezcladas, espurias e híbridas, perpetuando así ideologías lingüísticas monoglósicas y homogeneizantes?
En fin, he presentado aquí solo una cala en torno a las miradas de nosotros, los lingüistas, con el objetivo de reflexionar sobre la naturaleza subjetiva de la percepción y llamar así a "vigilar” nuestras maneras de mirar en nuestra tarea analítica y hermenéutica.
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