31/05/2014
En algún lugar fuera de España, 13 de Abril de 2013. Son las 13:30, y suena mi teléfono móvil. Dos horas después de una entrevista de trabajo para una plaza de contratado doctor (tenure-track Assistant Professor), aún me encuentro recostado en la sala común del profesorado recuperándome de la cantidad ingente de adrenalina que semejante evento implica para los “agraciados” (shortlisted). Descuelgo el teléfono:
— Hello?
— Hi, is this Miguel?
— Yes, it’s me.
— Hi Miguel, this is XXX, from Human Resources. I am calling to bring good news to you. The committee was very impressed by your performance this morning, and they have decided to give you the job. As announced, the conditions for the position are XXX. As you have been teaching as Temporary Assistant Professor with us for the last year, they offer you a pay scale point XXX with the following pension scheme: XXX. Congratulations! Are you interested in accepting it?
— Wow! Uh, well, yes, of course. Thanks! Well, can I just talk to my wife and get back to you later on?
— Yes, sure, I will call you back in a couple of hours…
Estoy seguro de que muchos lectores de esta sección estarán esbozando una sonrisa a estas alturas, sobre todo aquell@s que tienen experiencia en el mercado laboral corporativo no universitario: “performance”, “pay scale point”, “pension scheme”, “congratulations” justo antes de la pregunta clave (“Are you interested in accepting it?”), “I will call you back in a couple of hours”… En ese momento, yo entendí la llamada como clave contextual de concesión de plaza, ante la cual sólo tenía la opción de aceptarla o rechazarla. Sin embargo, el tiempo me ha enseñado que, más bien… ¡se trataba de una negociación de las condiciones salariales! Era el principio de un proceso intenso de aculturación, no a una supuesta comunidad nacional imaginada, sino a la comunidad de la universidad internacional / neoliberal.
Mi historia es la de muchos investigadores e investigadoras a quienes el Estado español, tras costearles toda su formación académica —desde las becas de libros y comedor en Educación Primaria y Secundaria hasta un sinfín de ayudas-becas de estudio/investigación universitaria predoctoral, doctoral y postdoctoral— les ha cerrado las puertas con su famosa política de no-contratación. Salí en 2010 con un programa de movilidad oficialmente diseñado para internacionalizar la investigación española, y de paso el sistema universitario español, y no he vuelto… Sí, la Universidad madrileña en la que me formé como doctor me ha dado entre tanto algún que otro premio y reconocimiento (el Estado ya lo había hecho con anterioridad), pero, he aquí la ironía, ni una sola posibilidad de inserción… Llamémoslo internacionalización convertida en (auto) expatriación. Vuelvo a esto más adelante.
Sobre la entrevista y la posterior llamada de teléfono: acepté. No había caído de un guindo directamente a la cultura universitaria neoliberal; la llevaba navegando desde que comencé mi doctorado en Madrid, entre eslóganes de internacionalización y excelencia por parte de mi universidad de origen. Por entonces ya estaba yo imbuido en (¿sensibilizado con?) la importancia de los rankings internacionales de universidades —aún sin conocer la lógica del mercado económico e institucional que hay detrás—. En ese sentido, no aceptar una posición de orientación indefinida (tenure-track) en la universidad que por entonces ocupaba el número 21 del mundo se me antojaba difícil. Tampoco las condiciones salariales eran de desdeñar, tras un año en Hong Kong “disfrutando” de un contrato postdoctoral pagado por el Ministerio de Educación de España que, además de estar pensado para solter@s sin compromisos bancarios (categorías que no se aplican a quienes salimos con hijos e hipotecas tramposas), asigna a Hong Kong la categoría económica nacional de “China” como mercado uniforme para calcular el salario final que se le ha de pagar al investigador (¿!).
Como nos muestra David Harvey en A Brief History of Neoliberalism (Oxford: Oxford University Press, 2005), la neoliberalización es un proceso socio-institucional generalizado y global que surge hace tiempo con el surgimiento del estado-nación liberal moderno. No obstante, y en línea con la llamada de atención de Brenner, Peck y Theodore para que atendamos a las diferentes modalidades con que dicha neoliberalización opera localmente (“Variegated neoliberalization: geographies, modalities, pathways”, Global Networks 10, 2 [2010], 182–222), mi experiencia actual en una institución con más de 100 años de historia me muestra que hay una cuestión evidente de grado en la expansión de la lógica neoliberalizadora a través de universidades en diferentes contextos. Por eso, y como decía más arriba, la llamada de teléfono no fue sino el principio de un largo camino de aculturación; un proceso intensivo de conversión al “sujeto neoliberal” que no ha cesado.
Desde entonces, he aprendido que el discurso / práctica del performance no se queda en la entrevista de trabajo. Me acompaña y se hace especialmente visible cada 12 meses, período tras el cual el personal docente e investigador de mi universidad atraviesa un proceso de evaluación de eficiencia y productividad, en docencia e investigación, que determina la promoción así como la subida en la horquilla salarial dentro de cada categoría profesional. El proceso, aunque dura menos de dos meses, involucra un destacado número de medios burocráticos, tecnológicos y humanos, todos ellos perfectamente articulados en torno a la idea de responsabilidad (accountability). Así, cada sujeto evaluado es responsable de mantener su propio registro telemático de “méritos” en el portal electrónico de su Facultad, el cual vuelca a la unidad central de la universidad toda la información estandarizada, al final de cada mes de junio, desencadenando así un mecanismo de evaluación anónimo de pares que termina con la decisión final del decano de cada facultad —siendo esta decisión convertida en un dígito final que indica la subida salarial efectiva antes del comienzo del nuevo año académico—. Junto a ello, las evaluaciones numéricas recibidas de los estudiantes al final de cada curso son gestionadas y computadas electrónicamente por un eficientísimo personal administrativo, que incorpora toda la información al portal telemático personal de cada profesor-investigador.
Para quienes estamos en el purgatorio denominado tenure-tack, la acumulación de estos procesos de evaluación durante los primeros seis años de contrato determina además si, al cabo de los mismos, se te hace indefinido o, si por el contrario, se te rescinde el contrato de forma definitiva. En el marco de esos procesos de evaluación, performance no es sólo un indicador de prácticas pasadas. Es también una forma de narrar dichas prácticas y proyectarlas sobre un supuesto futuro. Yo había aprendido a hacer esto para una entrevista laboral, como un ejercicio puntual cualquiera, pero no me había socializado en el uso continuo de estas formas narrativas como única forma de relación con la institución. De hecho, y a pesar de que la universidad internacional / neoliberal dispone de complejos procesos de cuantificación de la eficiencia docente y la productividad investigadora, éstos siempre necesitan ir acompañados de las correspondientes narrativas de justificación y glosa por parte del profesor-investigador evaluado (también de los compañeros-evaluadores), lo que coloca a dichas narraciones en posición de guardianes (gatekeepers) del éxito y reconocimiento académico: para las personas implicadas, pero también para la institución, que necesita de dichos números y narrativas para su movilidad en los rankings, los cuales, a su vez, se traducen en mayores o menores donaciones privadas que se suman a la financiación recibida por el Estado (esta última cada vez menor en muchos sitios).
Señalaba antes que mi trayectoria académica parece haberse construido como un proceso de internacionalización convertido en (auto)expatriación. Rompo el misterio y me explico. Parece haberse instaurado, en muchas redes sociales de investigadores e investigadoras translocalizad@s, la idea de que toda trayectoria de emigración similar a la mía es una forma de expatriación forzada que indexa la crisis económica y política contemporánea del Estado español. Si bien hay un contexto político e institucional evidente que en la actualidad impide toda forma de contratación digna en España, creo que es necesario destacar aquello que muchos de mi generación (los nacidos a finales de los 70) hemos vivido como un proceso general de insatisfacción con la educación universitaria española. Éste es un proceso histórico que, en mi caso, nace mucho antes de esta crisis, cuando aún se regalaban hipotecas en los supermercados.
Mucho me temo que, sin crisis ni decreto de no-contratación, yo seguiría estando donde estoy en estos momentos, aunque quizá este artículo no existiría. Detrás de la emigración investigadora actual hay muchos y diferentes procesos superpuestos, y por lo tanto considero que es de suma importancia no dejar que el marco de la crisis actual sature nuestra comprensión del fenómeno. A mí, trabajar en una universidad internacional / neoliberal con más de 100 años de recorrido en este discurso/práctica me ayuda a ver más claramente muchos de los procesos de cambio socio-cultural y económico asociados al capitalismo tardío que yo mismo estudio y critico. Sin embargo, es mi propia insatisfacción con el modelo universitario español la que me ha conducido hasta aquí. A caballo entre distintas tradiciones institucionales hay toda una generación de investigadores cuya experiencia de navegación (simbólica y material) descubre numerosos interrogantes sobre los que es conveniente reflexionar: ¿qué procesos socio-económicos locales y globales indexa el discurso de la internacionalización en el ámbito de la educación superior? ¿Cuáles son las tensiones o lógicas específicas? ¿En qué sentido la distinción de los rankings internacionales entre universidades mayores y menores de 50 años contribuye a estas lógicas globales y locales? ¿Cuál es la orientación de la educación superior española en este espacio discursivo?
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