01/06/2016
Por Virginia Unamuno
Investigadora Independiente del CONICET, Instituto de Lingüística, Universidad de Buenos Aires
He decidido usar este espacio para plantear tres temas que me preocupan desde hace un tiempo en mi quehacer como investigadora del sur. Asumo esta identidad sureña no sólo porque escribo desde Argentina, sino porque lo hago mirando al norte, escribiendo para el norte. Por cierto, una práctica bastante habitual entre nosotros. Condicionados por la posición periférica en que nos encontramos respecto al modo de hacer y al modo de hacer circular la ciencia, nos volvemos esquizofrénicos de la palabra. Escribimos para un norte cuya agenda científica nos atraviesa y nos coarta en los modos de mirar: vemos desde el señalamiento que otros hacen en otros contextos y en el marco de otras historicidades, y construimos relevancias a partir de los intereses científicos y sociales que se construye en otro lado.
Escribimos no sólo en la lengua de otros, sino en el lenguaje de otros. Contribuimos al “pensamiento global” y nos volvemos productores y reproductores activos de discursos hegemónicos. Por otro lado, escribimos para el sur. Un sur que a veces resiste a la unificación del saber y el pensar, y que define otras agendas en relación con procesos de revisión de las relaciones norte-sur, de emergencia de identidades del quehacer poscolonial. A este sur, les hablamos en “otro idioma” y le discutimos en otros formatos de escritura científica y académica. A este sur, le hablamos cotidianamente en las clases, en los barrios, en las fábricas, durante el trabajo de campo, en las barricadas. Esta palabra esquizofrénica nos lleva a veces a reflexiones que puede ser interesante compartir.
1. Situarse y volver a situarse
Hace casi algunas décadas, la preocupación por el multilingüismo y las migraciones se constituyó en uno de los temas más recurrentes de la producción científica de la sociolingüística contemporánea y del análisis del discurso en Europa en general, y en España en particular. Fenómenos relativos a las migraciones y a la concentración urbana y escolar de personas provenientes de otros lados emergieron fuertemente como marcos para el análisis del lenguaje en tanto que práctica verbal y social, así como para la comprensión de procesos sociales de nuevas identidades y nuevas ideologías lingüísticas. Diversos conceptos fueron acuñándose para dar cuenta de cosas que podían verse ahora, presentándose al campo investigador como nuevas. Algunas de estas cosas que empezaron a poder verse, dieron pie a repensar incluso nuestro objeto de estudio, ayudándonos a reflexionar sobre el modo en que la lingüística había construido históricamente su objeto a partir del análisis de la producción verbal de personas monolingües, en conversaciones monolingües y en sociedades monolingües, presentando tales modelizaciones científicas como transparencias empíricas.
Al dislocarme hacia el sur, empero, estos hallazgos y reflexiones de la sociolingüística contemporánea se ven desde otro lado, poniendo en clara evidencia que mis posibilidades de “ver” son histórica y políticamente situadas. La necesidad imperiosa de la crítica como método se hace patente. La crítica nos permite una reflexión a conciencia sobre el modo en que los saberes se producen en relación con lo que puede “verse” gracias al contexto en donde se produce ciencia y al lugar de quien investiga en él. Pero también el dislocarme hacia el sur me permite comprender mejor que la agenda de la sociolingüística es social e históricamente situada, y que responde a intereses de proyectos políticos particulares. Ambas cuestiones raramente se presentan al debate y reflexión.
Al dislocarse hacia el sur, se adquiere otro punto de vista. No me refiero sólo a la comprensión del entramado sociopolítico y económico que contextualizó las fuertes migraciones latinoamericanas hacia Europa en las últimas décadas. Me refiero, más bien, a los procesos migratorios que fuertemente marcaron la construcción del imaginario social de qué quiere decir ser argentino un siglo antes. Hablo de las otras migraciones: las que llevaron a los europeos hacia América en general y Argentina, en particular, y que produjeron grandes concentraciones urbanas que dieron pie a fenómenos semejantes a los que la sociolingüística contemporánea puede “ver” ahora.
Puede pensarse, por ejemplo, en el cocoliche y el lunfardo. Se trata de variedades del habla que podrían ser conceptualizadas en este momento de la disciplina como variedades emergentes de procesos migratorios internacionales, fruto de concentraciones urbanas de poblaciones de lenguas diversas o como prácticas de sus usuarios translocalizados, prácticas translingüísticas. Sin embargo, si bien hubo descripciones de tales fenómenos en la literatura sociolingüística latinoamericana, estos fueron situados en relación con los procesos sociohistóricos en donde se situaron. En el caso Argentino, estuvieron relacionados con la construcción del Estado-nación moderno que se produjo luego de la colonia.
La llegada masiva de la migración internacional duplicó la población total del país y fue empleada en los procesos de construcción nacional en procesos complejos relativos a los ideales de un Estado moderno que no sólo fuera hablante de la lengua hegemónica, sino que además fuera “blanco”. La “blanquización” de la Argentina fue un proceso sostenido y es aún sostenido discursivamente por quienes ostentaron y ostentan el poder. Tales procesos consiguieron imponer en el imaginario colectivo ese lugar común que raramente se revisa: “los argentinos venimos de los barcos”. Hace unos días, el actual presidente de este país, en el sí del festejo de la victoria de su partido liberal en las urnas, decía: “La razón de la grandeza de este país es que nuestros padres y nuestros abuelos se subieron a un barco y vinieron a buscar oportunidades y se instalaron a lo largo y ancho del país".
En este proceso de ocultamiento discursivo y reducción física de los pueblos originarios argentinos, las ideologías nacionalistas otorgaron a la lengua un rol importante en la construcción de un Estado-nación emergente. La enseñanza de español como única lengua nacional fue efectiva, no sólo en el silenciamiento de las lenguas nativas, sino de las lenguas migradas y de las lenguas emergentes. Las variedades emergentes como podría pensarse el cocoliche o el lunfardo, para citar algunos casos, fueron “vistas” como fenómenos marginales, y sometidas a una operacionalización cultural y social que las redujo en la memoria social como “objetos culturales” e incluso, turísticos.
2. Discursos y cuerpos: lecturas de política lingüística
Dislocarse hacia el sur me permite, también, mirar de otra manera los modos de “hacer” política lingüística, entendiéndola en su vinculación indisociable con la lucha social por la producción de discursos y sentidos sobre las lenguas, su uso y su transmisión. Pero también, me permitió acercarme a la materialidad física de la lucha simbólica, a la relación entre cuerpos y discursos, pudiendo ver nuevas dimensiones políticas al mirar la manera en que los hablantes “ponen cuerpo” en la lucha por las lenguas. Etnografiar esta lucha, compartiendo cortes de ruta, la ocupación de hospitales o la toma de algún juzgado en reclamo de docentes bilingües, intérpretes judiciales, o agentes sanitarios indígenas, me enseñó el sentido de hacer sociolingüística.
Desde hace décadas, en el marco de los avances de la ganadería, el cultivo de la soja, la extracción de petróleo o la minería, los territorios tradicionales de las poblaciones indígenas se ven amenazados por acciones más o menos encubiertas y más o menos apoyadas por los gobiernos. Las formas tradicionales de vida están siendo imposibles de sostener por parte de la población indígena, y en estos cambios, el ingreso al Estado en calidad de trabajador se erige una de las pocas fuentes de subsistencia. ¿Qué tienen los indígenas para ofrecer al Estado nacional? Entre otras cosas, sus saberes lingüísticos, que en el marco de la internacionalización discursiva de los “derechos humanos y sociales” parecen ser tenidos en cuenta por el acceso a ciertos puestos de trabajo rentados por el Estado.
En este marco, la recapitalización de las lenguas indígenas no puede entenderse como producto de las políticas lingüísticas, sino como un objeto de lucha de ciertos movimientos sociales en pos del salario que permita la subsistencia física de las personas, y en cierto grado una nueva distribución de la riqueza mínima entre grupos diversos e igualmente pobres, materializada en el salario público. Es muy poco lo que puede leerse de estos procesos y de estas luchas en los discursos entendidos como objetos textuales, como podrían ser las leyes, los discursos de los medios o los discursos políticos: porque cuerpo y discurso son indisociables y el método limitado al texto, oculta el cuerpo y silencia en definitiva la lucha social.
3. El co-laboro y la (im)posibilidad de la ciencia
El quehacer investigador desde el sur me permite también tomar conciencia que nuestro rol como productores sociales de discursos, no se limita a aquello que decimos al hablar o al escribir; se despliega especialmente en lo que decimos al hacer investigación. Los modos de investigar, el entramado de lo indisociable - la teoría y el método, las técnicas de investigación y las ideologías sobre los objetos que investigamos- producen discursos potentes que no tenemos en cuenta a la hora de analizar(nos).
En el trabajo cotidiano que realizo alrededor de las prácticas, las ideologías y las políticas relativas a la incorporación de las lenguas indígenas a la educación formal en el Chaco, se me hace patente, como señalé, la necesidad de resituar la idea de lo crítico (de la perspectiva crítica). En este sentido, me sirve pensar que lo crítico no radica exclusivamente en la posición del investigador para mirar y revisar –denunciar- la realidad social, sino especialmente en el método.
Acompañar a los docentes indígenas en el Chaco en los procesos educativos que llevan a cabo y en la búsqueda de autonomía en la gestión de las instituciones y en las relaciones con el saber, me reta cotidianamente a revisar los supuestos con los que trabajo. Me hace reflexionar intensamente sobre la relación entre investigación y procesos (des)colonizadores, sometiendo a crítica cotidiana las relaciones de poder implicadas en los vínculos (o des-vínculos) entre la academia y los hablantes de lenguas indígenas en Argentina. Una relación históricamente situada en el terreno de las jerarquías, la dominación y la colonialidad.
El rol de quien investiga como productor de discursos en el campo de la sociolingüística latinoamericana se hace evidente cuando uno contrasta, por ejemplo, el tipo de trabajo que hacen los pensadores y lingüistas nativos, y la tradición de la antropología y la lingüística hegemónica en América que ha estado mayormente al servicio de los intereses coloniales y en la conformación de Estados nacionales del imaginario blanco.
Quizá sirva como ejemplo pensar en la aversión que noto entre los grupos indígenas con los que trabajo hacia nosotros, “los lingüistas”. Tal rechazo necesita ser situado en relación con el carácter “extractivo” de la lingüística dominante en dicho terreno, como dice José Antonio Flores Farfán. Lingüistas del mundo –especialmente del norte- llegan a estas zonas, seleccionan “buenos informantes” - tomando como base un modelo de hablante ideal, no “contaminado”- y, a través de técnicas de elicitación lingüística, producen descripciones de las lenguas, parciales, limitadas por el tipo de técnicas que emplean y por el hecho notable de que, en general, no son hablantes de las lenguas que describen.
Tales diseños de investigación no sólo presentan como totalidades hallazgos parciales y limitados sobre las lenguas que se estudian, sino también reproducen y ponen en circulación ideologías puristas y prescriptivas sobre las lenguas, que impactan en la jerarquización de variedades de estas lenguas, de hablantes y de grupos. La práctica y el producto investigador de la lingüística descriptiva hecha así se proyectan, ambas, en las clases de lenguas indígenas, en donde el docente bilingüe es formado para enseñar dichas “gramáticas”, hechas por otros, produciéndose un efecto perverso que podríamos denominar junto a otros autores “La lingüistización de la enseñanza de las lenguas indígenas: quienes enseñan consideran que “deben explicar la lengua” a los hablantes.
Muchos de estos representantes de la lingüística “extractiva”, como dice Flores Farfán, finalmente marchan del terreno y “nunca nadie supo más de ellos”, pero están “ganando mucha plata” en algún lugar del mundo, habiéndose llevado los saberes ancestrales de quienes “siguen tan pobres como siempre”. Este tipo de relatos, altamente escuchados en las comunidades, narrados como hechos dolorosos, me lleva a considerar la reflexión sobre el método como acción política.
La revisión de lo que dice el método como instancia crítica me lleva muchas veces a pensar en el modo en que podemos estudiar los usos del lenguaje desde perspectivas colectivas y comunales. Pensar en métodos de co-laboro como alternativas epistemológicas que vuelvan a poner en eje de discusión el objeto, sus métodos y el modo en que reparte beneficios los estudios del lenguaje. Asumiendo que en los contextos indígenas el saber y la experticia están socialmente distribuidos, que el trabajo que nos proponeos es inviable si no lo pensamos colectivamente. Asumiendo colectivamente la responsabilidad y los beneficios de la práctica investigadora, revisando a conciencia las categorías de “autoría”, la “co-autoría” y la posibilidad de la escritura comunal; abriendo al cuestionamiento qué investigamos, para qué lo hacemos, con quién lo hacemos y quiénes se benefician con sus resultados.
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