13/03/2013
Por Luisa Martín Rojo
Catedrática de Lingüística General, Universidad Autónoma de Madrid
A lo largo de las últimas décadas, las ciencias sociales han adoptado la noción de superdiversidad propuesta por Steven Vertovec, esto es, considerar que nuestro tiempo está marcado por una "interrelación dinámica de variables entre un número creciente de nuevas poblaciones inmigrantes, pequeñas, dispersas y de variados orígenes, conectadas transnacionalmente, y estratificadas, no tanto por su origen étnico, sino por su situación socio-económica y su estatus legal en el país de acogida" (p. 1 en The emergence of super-diversity in Britain, ESRC Centre on Migration, Policy and Society Working Papers WP-06-25, 2006, pp. 1-46). Al surgimiento de esta superdiversidad, autores como Roxi Harris y Ben Rampton han asociado la práctica del crossing, de la alternancia de lenguas (code-switching), y otras prácticas frecuentes entre los jóvenes, para las que se han acuñado o reutilizado novedosamente numerosos términos, como prácticas translingüisticas (translanguaging, para Ofelia García), la heteroglosia de Mijaíl Bajtin (Adrian Blackledge), polylingualism (en términos de Normann Jörgensen), o "metrolingualismo", para Alastair Pennycook. Todas estos términos remiten a nuevas formas de actuar con la lengua asociadas al surgimiento de nuevas etnicidades, caracterizadas por su multilingüismo.
Habitualmente se considera que estos fenómenos se han visto acentuados por la globalización y el aumento de la movilidad en esta modernidad tardía. Sin embargo, la cuestión que me resulta relevante no es tanto su novedad, sino hasta qué punto estas prácticas se ven conformadas por las diferencias de poder en los distintos ámbitos sociales en los que emergen.
Por ello, a partir de los datos recogidos en mi etnografía en las escuelas multilingües en Madrid y en centros sociales y comerciales donde se reúne la población migrante de origen latino en ciudades como Madrid y Londres, estoy analizando cómo estas prácticas de apropiación y contestación ponen en cuestión la esencialización que entraña la puesta en circulación y reproducción de categorías étnicas y nacionales, e, incluso, la propia existencia de fronteras nacionales. En la misma dirección, analizo cómo esas prácticas chocan con las reglas y restricciones promulgadas por las instituciones, por las políticas nacionales y por las ideologías lingüísticas. De hecho, un enfoque centrado en las diferencias de poder nos muestra cómo estas prácticas adquieren relevancia en aquellos espacios sociales donde el control de los estados nación sobre el mercado lingüístico se ha debilitado, mientras que siguen viéndose constreñidas y rechazadas en ámbitos sociales donde este control del estado se mantiene, como sucede en el campo de la educación.
Es más, un análisis centrado en el poder como el que propongo alcanza a poner de manifiesto cómo la capacidad de “borrar” (erasure, en términos de Susan Gal) o invisibilizar la diversidad puede, incluso, verse en entredicho en la educación y en los espacios urbanos, aunque esto no suponga necesariamente que la socialización en redes juveniles multilingües no se mantenga regulada y limitada.
Por último, una perspectiva basada en las diferencias de poder conlleva que se tengan en consideración las implicaciones sociales de la invisibilización y la estigmatización de esas prácticas mestizas sobre las trayectorias educativas y profesionales de los hablantes. De hecho, su impacto y su papel en la construcción de la desigualdad, en su legitimación y naturalización, han sido resaltados en numerosas ocasiones por autoras como Ofelia García, Elana Shohamy y yo misma (en concreto, mi libro Constructing inequality in multilingual classrooms, Mouton, Berlín, 2010) se centra por completo en el análisis de cómo esa desigualdad se ve mediada y producida en las interacciones y en las representaciones discursivas que circulan en esos campos sociales). Dado que estas prácticas de hibridación y mezcla, a través de las cuales se disloca el binomio ”una lengua-un estado” e, incluso, “una lengua-una etnia”, se ven rechazadas por las ideologías lingüísticas dominantes, nunca serán valoradas ni legitimadas en campos sociales de prestigio, como la educación o la política.
En lugar de “celebrar” de una manera acrítica la diversidad lingüística, como viene haciendo una parte de la sociolingüística contemporánea, mi propuesta consiste en considerar la investigación en este campo una cuestión política y ética, como hacen Alexandre Duchêne y Anetta Pavlenko, en el simposio que coordinan en el próximo congreso de la Asociación Americana de Lingüística Aplicada (AAAL). Propongo aplicar una perspectiva etnográfica que nos permita, más allá de observaciones efectistas, ver cómo los hablantes gestionan demandas contradictorias entre su situación social y su pertenencia a las sociedades de acogida y las ideologías lingüísticas que son parte de sus habitus.
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